domingo, 24 de julio de 2011

Agua de Agaete, el líquido mágico. AGAETE

Antiguo Balneario de los Berrazales. Foto: Carmelo Navarro
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Son muchos los que piensan en Agaete que el municipio norteño podría vivir un esplendor económico, comparable al de Teror, gracias a su agua. En otro tiempo, el preciado líquido, cargado de hierro, fue considerado curativo, y se contaban por miles las personas que venían de todos los puntos de la Isla, y de países europeos como Suiza, Rusia o Alemania, para darse los baños. A aquel primitivo balneario se llegaba por una tortuosa carretera, en vehículo primero, y al final del camino en burro. Los pacientes habían de pasar la noche en unas cuevas situadas un poco más arriba del balneario, cavidades rocosas que no tenían más que lo imprescindible, que era casi nada. Con los años, los avances del momento fueron mejorando las condiciones de aquel balneario, abierto en 1931, pero también con el transcurso llegó el declive.

La planta embotelladora se situó en los bajos del balneario, y el Agua de Agaete se comió al establecimiento termal. Pero la bonanza de la planta embotelladora también acabó, hace doce años, y de la noche a la mañana una veintena de trabajadores directos se vieron en la calle. Más recientemente, el Hotel Los Berrazales, también en el Valle, cerró sus puertas.

Ahora son escasos los vehículos de visitantes que transitan por el Valle de Agaete, cada vez más deteriorado. El abandono es palpable, los robos para despojar a la planta embotelladora de sus últimos tesoros –cobre, sobre todo– se han sucedido, y los vecinos se quejan de que el esplendor perdido no va a volver jamás. Pero, peor aún, temen que el paisaje se deteriore aún más.

Fernando García, ahora empleado municipal, estuvo 25 años trabajando en la planta embotelladora de Agua de Agaete, siendo «los últimos seis so siete años su encargado». Recuerdo aquella época, sobre todo al comienzo, como «muy dura». «El trabajo era duro, trabajábamos de sol a sol, de seis de la mañana a diez de la noche», pero, dice, fue una época feliz; además, «se ganaba bien». Recuerda que eran unos 30 trabajadores, «unas cuatro mujeres», pero «de la noche a la mañana se cerró y ahí quedó todo». Asegura que «cuando se murió el viejo, los demás se llenaron los sacos y se marcharon». Se refiere al propietario de la planta embotelladora, Juan González, y a sus herederos. En el camino quedaron ellos, los trabajadores: «Nos indemnizaron tres años después de estar detrás de ellos; ni el sindicato al que le pagábamos nos defendió mucho».
Patricia Vidanes

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